En cada encuentro terapéutico, se abre un espacio sagrado donde la ciencia y la humanidad se abrazan. La empatía no es solo una cualidad deseable en la psicoterapia, es una necesidad vital, y la ética no es un límite frío, sino una guía que sostiene el proceso con dignidad.
Hoy sabemos, gracias a la neurociencia y la neuroplasticidad, que los vínculos sanadores reconfiguran el cerebro. Que un entorno seguro, cálido y profesional puede abrir nuevas posibilidades en quien sufre. Pero ese poder solo se despliega cuando recordamos que acompañar no es invadir, que resonar no es absorber, y que ayudar no es tomar el lugar del otro.
Ser terapeuta no es solo tener herramientas, es saber cuándo usarlas, cómo usarlas… y cuándo no.